“Sabía que serías el primero en encontrarme. ¿Sabes? No soporte más.”
Acabo de llegar a tu casa. Acabo de forzar la puerta para poder entrar. Acabo de asustarme como nunca en mi vida. Acabo de encontrarte.
No sabes cuanto he llorado este día. No creo haberme sentido tan mal, tan mal. Nunca. Ni en las tantas depresiones estúpidas en las que solía vivir, me sentía tan solo. No sabes cuantas veces he estado a punto de tomarme todo el frasco de tranquilizantes que no te terminaste. Pero creo que no lo haré. Aún no sé porque, pero creo que no lo haré.
Siento tanta rabia. ¡Tanta rabia!
“Ahora que estoy a pasos de hacerlo, creo que no está bien. Pero no sé que más hacer.
Ya hablar contigo no me basta, es imposible cicatrizarlo todo.”
¿Por qué no confiaste en mí? Creí haberlo dado todo por ti, ¿o es que faltó algo? Me duele que no seas capaz ahora de contestar… Y me da miedo. Terror de quedarme con tantas preguntas que nunca podrás responder. De sentirme tan vacío de ahora en adelante. Tan miserable, tan torpe… ¡¿Por qué me hiciste esto!?
“Quiero que sepas que eres la persona que más he amado en mi vida. Te juro por Dios que no te miento. Pero yo ya no puedo continuar. Tú sabes porque lo hice.”
He encontrado tu carta a tus pies. Tu maldita carta. Como si me bastara con que te despidieras tan fríamente… ¡¿Por qué no contestaste tu celular la noche anterior?! Te llame más de doce veces, y todas estaban como llamadas perdidas en tu celular… ¿Es que no las quisiste contestar? Quiero llorar…
Siento como si te odiara. Pienso que es solo una tontera momentánea. Pero no puedo olvidar lo egoísta que has sido.
“Tengo tanta mierda en la cabeza que no puedo pensar tranquila. Ni las tantas píldoras para dormir, ni los psicólogos que ella me pagó, ni nada; nada ha logrado que yo despeje mi cabeza. Es todo tan confuso.”
Te metieron en esa bolsa, que cerraron como en cámara lenta, donde desaparecían tus manos incoloras, tu pecho sin movimiento, tu cuello blanco y esa cara preciosa de la que me enamoré. Tu madre llego con la ambulancia, hecha un desastre. Estupefacta, casi como tú: muerta. Asfixiada. Me dio un abrazo, fuerte, extraño. Ambos te vimos perderte entre las puertas blancas que los paramédicos casi sin asombro cerraron.
Y luego te perdiste rumbo hacia un hospital que nada podría hacer, dejándonos en tu sepulcral y solitario departamento.
No sabes cuanto lo comprendo…
“Estoy llorando a mares. Mi amor, no sé que más escribir. Pensar que son mis últimos minutos y no sé que más decirte. Quizás confesarte que no extrañaré a nadie, excepto a ti. Sólo a ti. Nadie más me dio su mano cuando estaba en el suelo. Pero, ni tus lindas manos, ni tus suaves labios pudieron calmarme. Soy una imbécil, una cobarde. Una mierda, nada más que eso. No tengo razones para seguir.”
Estaba a horas de tu velorio, de tu misa, de tu funeral. Hora que ya me serian eternas, sin dormir, solo pensando en ti. En lo que hiciste. En lo tonta que fuiste.
Te pido con toda mi alma que me olvides. Que rehagas toda tu vida. Que me dejes atrás, olvidada en tus recuerdos. Nunca fui la mujer que necesitabas. Nunca te merecí.”
Tu primo esta mudo. Ese enano siempre te quiso mucho, eras su prima favorita, su prima mayor, la que lo cuidaba. La que más lo quería. No ha llorado, esta impactado.
Tu madre se ve bien de negro, tenias razón. Esta del brazo junto a tu padre, quien no ha querido derramar lágrimas en público. Esta rezando al compás del Padre de turno.
Yo solo miro tu ataúd, pesado, inerte. Donde estas de igual forma.
Los minutos más largos de mi vida.
Todos se han ido, hasta tus padres. Enfermos, distantes, deprimidos. Solo yo estoy frente a tu lápida, con tu nombre, tu nacimiento y la fecha de ayer. ¿Por qué? Si tanto me amabas, ¿porque me despojaste de lo único que me hacia sentirme vivo?
¿Por qué demonios lo hiciste?
El año pasado me case. Estoy trabajando y estoy feliz esperando a mi primer hijo. La vida ha ido bien. Hace un par de años volví a ver a tus padres. Estaban tranquilos, pero vacíos. Supe hace poco que se fueron a USA esperando olvidar.
Mi esposa aun no entiende porque a veces llego tan tarde, sin saber que es por venir a visitarte. Ni porque mis ojos a veces aun se ven pesados y añorantes. Reflejando que lloraron las tantas veces que releí tu carta. La que jamás mostré a nadie, la que oculté solo para mi.
Han pasado ocho años y yo todavía tengo las preguntas que me nacieron aquel día que te encontré. Sí, estoy llorando de nuevo, pero, es comprensible, ¿no? Yo aun te amo.
La tarde se ha teñido de un color azulado opaco y es hora de que me marche.
No se cuando pueda volver a venir, pero no es necesario que te jure que lo haré.
Te traje camelias. Las dejare en el florero, espero que no se las roben esta vez.
Te amo, adiós.
No hay comentarios:
Publicar un comentario