domingo, 9 de septiembre de 2007

Colillas danzantes

Las olas siguen danzando con torpeza prevista. De vez en cuando asoman la vista, estando a flote, las millones de colillas de esos cigarros importados que estaban en la chaqueta de mi viejo. Prendo otro, pero las lágrimas aún no paran. O si ya lo hicieron, el camino que recorrieron está tan marcado que duele.
Pienso en todo el asunto y aún no lo trago: está latente, asfixiándome hecho un nudo sin solución en mi garganta. Peor sería volver a la camioneta de mi viejo –que conduje con culpa e impotencia al verlo y no poder traerlo conmigo–, aparcada detrás de mí, y ver la sangre impregnada en el asiento del copiloto. No sé como no choqué. O como no me tiré contra los barrancos camino a Reñaca. Esto no debería estar pasando. Pero ya ocurrió, ya está.

Salimos como cualquier día en la mañana. Tenía prueba, pero aún así me desperté tarde. Apurado, nudo de la corbata hecho, la mitad de la camisa abrochada, esa onda.
-¿No vai a tomar desayuno acaso? –me dice mi vieja, aún con pijama.
-Ni’ca. El viejo ya esta en la camioneta. Si no me apuro, cago.

Me cae bien mi viejo. Es tela, buena onda. Tiene ese no-se-qué que no tienen los viejos. Como que le falta esa petulancia, ese ego agrandado por haber sido adolescentes y conocerse como va a actuar uno. O ese olor un tanto pasado de moda, como de otro siglo. Pero pa’ que exagerar, tiene apenas cuarenta. Tampoco es tan viejo.
-¿Estudiaste huevón, o te estuviste corriendo la paja toda la noche?
-No hueví. Si me he matao pa esta prueba –simple y clara mentira.
-Más te vale. A la tarde necesito que me acompañí. Tengo que ir a buscar los papeles del viaje. Ya estamos más que listos. Un par de días y huimos de éste país de mierda.

No sé que responder. La verdad, el viejo siempre ha estado, desde que llego Pinochet al sillón, con la ganas de virarse. Con la pura idea de salir y no volver. Por eso se consiguió una salida con un amigo suyo que ahora anda en el consulado de Estados Unidos. “Los beneficios de ser exiliado”, como dijo mi viejo. A mi no me tinca la idea, como que bancarse todo lo que uno conoce y cambiarlo así de rápido y cortante por algo tan nuevo que llegue a asustar, es raro. Pero igual, para que mentir, emocionante.
-Bájate huevón, no te quiero repitente mierda. Te veo a las tres.

Me bajo y la camioneta se aleja su poco. El aire está cargado, pienso. Y me da un escalofrío que no se justifica. Que no tenía razón. Entro.


Tiro mi mochila en la parte de atrás. Junto a unos bolsos grandes que trae mi viejo, llenos de maderos para la chimenea de mi tía Inés, donde supuestamente debemos pasar después de hacer el trámite ése. Ya dentro, con el cinturón puesto, olvido haber sacado los Freshen-Up que compré en el colegio. Prescindo del asunto y me concentro en el camino.
La cosa anda peluda. Hace más de veinte minutos que estamos rodeando plaza de armas. Los milicos están tratando de detener una protesta anti-pinochetista. Parece que andan armados, el cuento no anda bien.
-Estos huevones, andan haciendo puras huevadas. Yo odio tanto al viejo como ellos, pero busco una huevá más certera, no ando hueviando en la calle como imbécil.
-Se ve brígido el asunto, ¿los papeles no pueden esperar hasta mañana?
-Tenemos que sacar las visas hoy. Puede que mañana estén vigilando a cada uno de los que piensan salir. Demás que ahora mismo lo hacen, pero con tantas protestas por la nueva constitución, están en otra. Es como el momento preciso, tiene que ser hoy.
Mi viejo es obstinado, pero si la pienso un poco al menos, tiene su razón. Onda, es EL momento de escapar y no dejarse sumergir en todo el asunto. En toda la mierda que se está acumulando y que espera explotar.
Se me viene a la cabeza el Riquelme, un huevón del cuarto B. Lleva dos semanas sin saber de su viejo. Está pa la cagá, destrozado a full. Piensa que lo fusilaron en La Ligua. Es como el caso más cercano que tengo a todo este asunto denso del “Chile de hoy”. Ése que la Yolanda Montecinos aseguró ir viento en popa. Pura mentira, cacho. Nada que ver.

Por más rodeos que intentamos, las calles están llenas de bloqueos de pacos. O por estudiantes vestidos con pinta de terrorista. Con sendas mochilas repletas de quien sabe qué. Esto no está nada bien. Me entran los nervios:
-Viejo, es mejor virarse, esto se va a poner brígido. Cácha la pintita de los huevones que hay.
-¡Por la mierda! Tendremos que buscar otra salida. Tení razón, esta huevá se va a poner color de hormiga.

Damos la vuelta, una vuelta en U que nadie se atreve a infraccionar. Todos hacen lo mismo, todos dan media vuelta para no verse metido en el caos que se avecina.
Y es en eso cuando se oyen los estallidos. A mi derecha un par de molotov explotan arrojando pedazos de vidrio mortales y chispas de la llamarada. Se oye un disparo. Dos. Un tipo que grita, los pitos de los milicos.

-¡Conchesumadre! Éstos huevones están armando hueveo. Afirmare huevón, vamos a tratar de salir de aquí.

Mi viejo está alterado. Yo tengo la adrenalina subida. Aceleró su poco, pero no se puede mucho: un taco de gente intentando huir y tipos que corren desesperados está desacelerando el asunto. Otro disparo, y con este el miedo aumenta otro poco. Otro más.

Ya pierdo la cuenta: comienzan a sonar como la lluvia. Se disparan solos, se vuelven comunes. Me veo testigo de cosas que no pensé ver: un tipo siendo apaleado por dos milicos. Hecho bolsa, pa’ la cagá. Tiene una poza que proyecta unos hilitos de sangre. Una vieja que intenta arrancar con una guagua en las manos deja un coche tirado en el suelo. Llorando, muerta de miedo. La guagua gritando. ¡Boom! Un tipo cae al suelo, eufórico, apagándose con un disparo en pleno pecho. Me asusto, me cago de miedo, a punto de llorar. A punto de gritar. Mi viejo no proyecta emociones. Está tan preocupado de escapar, tan lleno de miedo, tan saturado de adrenalina que ni habla.

-Mierda. –dice de pronto.

Miro hacia adelante. Unos milicos están bloqueando el paso, agrupando a los autos en una calle aledaña. Mira por cada ventanilla y los hace pasar a callecita que se pierde entre los edificios. De ahí los revisan y los echan del lugar. Se acerca a nuestra camioneta. Mira hacia adentro y luego, poco convencido, hacia atrás. Habla, se escucha poco, mi viejo baja el vidrio.

-¿Qué anda trayendo atrás?
-Maderas pa’ chimenea.
-Bájese de la camioneta, vamos a revisar. Vo también, cabro. Gutiérrez, vigila, tan sospechosos estos huevoncitos.

Me quito el cinturón y bajo de la camioneta. Mi viejo hace lo mismo. El milico le hace abrir atrás los bolsos y revisar entre las maderas si no hay armas o una huevá así. Gutiérrez me apunta con su fusil. En pleno pecho.

-¿Qué mierda hacen? ¿Para que me apuntan a mi hijo?
-Revise las maderitas no más.
-Pero dejen de apuntarlo, no hemos hecho nada.

Un disparo suena cercano. Miramos hacia el lugar y vemos como una masa de tipos con capuchas destroza una de esas vagonetas verdes con rejillas en las ventanas. Un milico pegando un tiro a un tipo es lo que nos desvió la vista. Un encapuchado viene y le pega un garrotazo en el hombro. Otro disparo. Gritos.
Dos apoyan detrás de él.

-Pónganse de rodillas al lado del auto. Cabeza pegada, no despeguen vista. Gutiérrez, vigila.

El milico se aleja, mientras nos deja a mí y a mi viejo pegados al auto, con la cabeza mirando al suelo, de rodillas. No evito tratar de mirar. Todos estos estímulos captando mi atención. Cagado de miedo, pero tratando de registrarlo todo. De asustado, de confundido.

-¡Mirando al suelo los dos!
-Podría dejarnos huir mejor en vez de estar apuntándonos con ese fusil.

El milico no contesta. Está más preocupado de darle órdenes al resto de los que están vigilando a otros en la misma posición nuestra. Otro disparo más. Cada vez más cercanos. Más fuertes. Más secos. El milico se asusta. Da órdenes a dos a su lado de detener a un grupo de alborotadores que se dirigen hacia acá sin dejar de apuntarnos. Otro disparo más.
Un milico que grita, mi viejo casi llorando. Yo con los ojos pendientes, absorbiéndolo todo, pero empapados, distorsionándolo todo una especie de pared acuosa. Igual viéndolo todo. Cagándome de miedo, pensando en estar por morir.

Sonido seco. Mis pupilas de achican a su mínima expresión. Mierda.

-¡Milico culiado! –grita un “combatiente” y arroja una molotov certera, que revienta en la nuca de Gutiérrez distraído, mirando hacia nosotros, ignorando sus espaldas. Grita como el demonio. Un grito de dolor inmenso, de desesperación.

Su fusil se dispara.

Veo sangre. Siento calor y reviso mi cuerpo. No es mía. ¡Mierda!

Con terror, con miedo, con dolor miro hacia mi derecha a mi viejo, sin expresión, sin color, sin vida. Y grito, lloro, tratando de negar la sangre, pensando que sea del milico y que mi viejo este sólo muerto de miedo. Sólo de miedo y nada más.

Grito fuerte, hasta que siento que mi garganta se rompe y cruje. Gutiérrez en el suelo con la nuca en llamas cerca del cuerpo sin vida de mi viejo…Dos milicos aún disparando, otro conchesumadre que tira una molotov y un imbécil que saca una hechiza y dispara hacia el vacío. Algo explota, mientras mi ojos, mis manos y todo lo mío revisan a mi viejo. Lo tocan, observan, sienten. Pero ya no está, no responde, no me insulta. No existe.
Ya no vive. Una metraca acompaña el último beso que le doy en su frente sucia. Una despedida que debió ser más larga. Más digna.
La emoción, la adrenalina, la rabia, la indignación, el odio, el odio... ése enorme odio por todos. Todo se mezcla, se fusiona, me pierdo. Me destroza.
Reacciono mal, animal, como sea.

Me paro un poco y corro, lo más rápido que puedo. Rodeo la camioneta y me siento en el asiento del piloto. Giro la llave, cabeza gacha. Arranca el motor, encendido, acelero.
Paso raspando una patrulla. Arrancando, levanto cabeza y evito chocar contra los autos y las paredes de la callejuela.

-¡Mocoso de mierda!

Adiós, viejo… Adiós…

Disparos…
Y más disparos.


Miro hacia abajo y al roquerío que podría acoger mi cuerpo al caer. Arrojo otro cigarro al mar… cae prendido, girando hasta tocar fondo. Pienso en la rapidez del asunto. En que todo esto fue tan rápido, tan inexplicable, tan maricón.

Estoy reventado. No puedo pensar en nada más que el haber estado tan cerca de escapar de todo esto. De haber podido huir y estar en un lugar un poco más seguro que este país de puta.

Tengo puesta la chaqueta de mi viejo, que estaba sobre los bolsones llenos de madera sin haber llegado a destino. Pienso en él, pienso en como se fue, pienso en la injusticia de su ida. Pienso en el maricón de Gutiérrez, pienso en los milicos de mierda, en los comunachos culiados, en los arrivistas de mierda, en políticos hijos de puta. Pienso en todo, en nada, en mi viejo. En el viejo, mi viejo…

Todo sigue retumbando en mi cabeza y no dejará de hacerlo hasta estallar. Hasta sentir mi cuerpo explotar. Cuando se haga mierda con las rocas y se bañe entre todas esas colillas danzantes en el agua.

Ya te veo, viejo.

Mirar atrás ya me parece incorrecto. Avanzo y siento ese desliz y la brisa y la adrenalina de saber que vas a morir.
La misma de hace un par de horas.
De saber que encontrarás la muerte.
De saber, que no hay paso atrás.
De saber…

1 comentario:

Anónimo dijo...

interezante, muy interezante, hay un gran enfasis en todas las aristas de la historia, realmente me gusto...mas aun el tema...este tema conchesumadre que trata la historia, xq la escena de protesta es una mierda...en comparacion del sentido real de la wea *-*

eso bye